La contaminación y el estrés que sufrimos nos impiden muchas veces tener un rostro resplandeciente. En condiciones normales, las células de nuestra piel se renuevan cada 28 días, por lo que, sin darnos cuenta, desprendemos a diario millones de células muertas que constituyen la epidermis del cuerpo, la capa que se enfrenta al ambiente externo. Por tanto, la rutina de limpiar, refrescar e hidratar nuestro rostro debe realizarse con asiduidad si se desea tener un cutis sano y luminoso. Además, una piel sin impurezas aprovechará más fácilmente los beneficios de cualquier producto o crema aplicado habitualmente.

Para mantener un rostro saludable y oxigenado, debemos realizar habitualmente una limpieza de cutis profunda. Es recomendable siempre que se aprecie un exceso de poros y puntos negros, además de cuando se note que la piel ha perdido suavidad, tersura y luminosidad. Un cutis grueso, opaco, con poros y espinillos visibles es característico de una piel sucia y sin cuidado.

El tratamiento incluye la valoración del tipo de piel para proponer la limpieza que mejor se ajuste a sus características. En primer lugar se realiza una limpieza del rostro, a continuación se realiza la exfoliación y tratamiento de las zonas más grasas, o tonificación de las áreas desecadas. Suele indicarse también una nutrición con mascarilla fresca en función del tipo de piel y una hidratación final con un masaje calmante.